Cedrick M. Shimo,Una Historia
Cedrick M. Shimo, de 91 años de edad, camina lentamente frente al portón de la Preparatoria Theodore Roosevelt, con su espalda encorvada y arrastrando los pies.
“ ¿Conoció al entrenador Galindo?”, le pregunta a la primera persona que encuentra, con una voz débil, que es casi un susurro. Cuando le responden que “no”, Shimo comienza a contar sobre las glorias de su viejo equipo. La historia se remonta a la época en que Shimo, egresado de la Roosevelt High School en 1937, era el mascota del equipo de béisbol de Roosevelt. Shimo, con su elegancia, su cabello canoso y su formal traje y corbata, parece estar fuera de lugar entre los estudiantes de la preparatoria de hoy. Pero cuando habla, se transporta al Boyle Heights de mediados de la década de 1930, cuando el béisbol era todo para él, como lo es en la actualidad para muchos muchachos de Boyle Heights. Mientras recorre los pasillos, no reconoce a su antigua preparatoria, que solo tenía un edificio cuando él era estudiante. Habla de su juventud en Boyle Heights
como “la época más feliz de mi vida”.
Dice que Boyle Heights se diferenciaba del resto de las comunidades, y también contrastaba con Nueva York, donde las personas de cada raza y cultura tenían su propio pequeño gueto. “En Nueva York las personas vivían separadas”, dice Shimo, con gran convicción. “Aquí nos mezclábamos. Vivíamos todos juntos.
Boyle Heights era una comunidad multirracial muy particular”. En aquel momento, los judíos de Europa oriental representaban el grupo inmigrante más numeroso en Boyle Heights, pero en el vecindario también vivían japoneses, caucásicos y latinos. Hoy, Boyle Heights es más homogéneo y el 94% de sus residentes son latinos.
El vecindario Boyle Heights de la juventud de Shimo ha cambiado mucho y en varios aspectos. Shimo se crió en la calle Third Street, a menos de una cuadra de Evergreen Park. Boyle Heights ayudó a Shimo a desarrollar más conciencia sobre su identidad, como japonés y estadounidense. Es un proceso difícil que hoy comparten muchos jóvenes que viven en Boyle Heights.
El padre de Shimo trabajaba en un estudio de artes marciales y su madre enseñaba en la escuela japonesa. Su pa-
dre le enseñó el código samurai, que se basa en el honor, el respeto y en siempre hacer el mayor esfuerzo por resolver
una situación de conflicto. Shimo comía platos japoneses en el hogar y comida estadounidense en la calle. El béisbol era lo
más importante para él.
Japonesa de Boyle Heights
“Lo más importante para mí era intentar ser un puente entre Japón y Estados Unidos”, dice Shimo. Amaba a ambos países, explica. Sin duda, amaba la cultura japonesa y la libertad de ser estadounidense.
Pertenecía al club de Boyle Heights llamado los Cougars, un equipo de japoneses-estadounidenses que jugaban al béisbol, que se formó cuando él todavía estaba en la escuela secundaria. Hace casi 80 años que Daniel Kawahara, un compañero de clase, conoce a Cedrick. Kawahara señala que su pasión por el béisbol era tan grande que cualquier espacio abierto era una oportunidad para jugar un partido. “Solíamos practicar en la Escuela Secundaria Hollenbeck. Allí teníamos todo el espacio
abierto necesario para jugar”.
Estos hombres todavía se reúnen todas las semanas, y ambos asisten a las reuniones de los Cougars, aunque muchos de sus compañeros ya murieron. Después de graduarse de la Roosevelt, Shimo estudió economía en UCLA e hizo su post-grado en UC Berkeley. Se encontraba en Berkeley el día después del ataque de Pearl Harbor en que recibió una carta informándole que debía enlistarse en el ejército. Como japonés-estadounidense, no podía viajar en tren y tuvo que ir a dedo hasta Los Angeles para presentarse en su unidad de reclutamiento. Después de unirse al ejército, Shimo se ofreció como voluntario en la Escuela de Idiomas del Servicio de Inteligencia Militar, junto con muchos otros japoneses-estadounidenses bilingües.
Durante este período, el padre de Shimo estuvo encarcelado por sus cono-cimientos de artes marciales. La madre de Shimo, como muchos japoneses que vivían en Boyle Heights, se vio obligada a vivir en el Campo Manzanar de Confinamiento, donde Estados Unidos encerró a más de 100,000 japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Después de un programa de capacitación de tres meses en la escuela de idiomas, Shimo solicitó dos semanas de licencia para visitar Manzanar y despedirse de su madre, antes de embarcarse. Su solicitud fue rechazada, ya que no se permitía a los japoneses viajar a la Costa Oeste. Cuando se quejó, lo expulsaron de la escuela de inteligencia y lo asignaron al Batallón de Ingeniería de Servicio General N º 1800.
Shimo señala que el batallón se componía de soldados estadounidenses descendientes de alemanes, italianos y japoneses que eran considerados problemáticos y que el Ejército deseaba tener bajo vigilancia. En vez de convertirse en un oficial de inteligencia, construyó y reparó puentes. Shimo sirvió dos años en el batallón y fue dado de baja con honores.
El año pasado Shimo dio una conferencia sobre ese capítulo de su vida y de Estados Unidos en el Presidio Officers Club de San Francisco, y describió cómo se sintió en aquel momento, y cuáles fueron las lecciones de esa experiencia.
Dijo, “en un momento entre 1942 y 1943, sentí que mi país nos había abandonado,
nos trataba como enemigos japoneses en vez de cómo estadounidenses. Hoy, en perspectiva, solo puedo maravillarme de la grandeza y la bondad innata de Estados Unidos. Esta experiencia nos ayudó a convertirnos en mejores ciudadanos”.
Después de la guerra, Shimo volvió a Boyle Heights, su viejo vecindario. Trabajó para una compañía china dedicada a las importaciones, y más tarde se convirtió en vicepresidente de la división de exportaciones de Honda. Después de jubilarse
en 1989, trabajó semanalmente como voluntario en el Museo Nacional Japonés-Estadounidense en el centro de Los Angeles. Si bien Shimo se mudó de Boyle Heights, el vecindario siempre significó mucho para él. En el museo pide para encargarse de las visitas guiadas a la Preparatoria Roosevelt, por los gratos recuerdos que le trae. Espera poder volver a estar cerca de su viejo vecindario y ha solicitado ingreso a una residencia para ancianos cerca de Hollenbeck Park.
Al reflexionar sobre las experiencias de su larga vida, señala que pasar su infancia en Boyle Heights moldeó su personalidad. “En retrospectiva, me doy cuenta que no era un lugar habitual sino un entorno muy original que no existía en otros lados.
Gracias a Boyle Heights no soy una persona racialmente intolerante. Me dio un
estilo de vida armonioso y feliz”.