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Stevenson Middle School holds over 2,000 students. Photo/ Rosa Solache

Ya amaneció y de repente los gritos de mi hermana mi terminaron de despertar. “Ya, levántate,” me gritó. Pienso, todavía medio dormida,  ¿por qué me está insistiendo en que me despierte? Recién son las 5 de la mañana. Vuelvo a pensar, pero esta vez estoy totalmente despierta. Los recuerdos de hace un par de años me vienen rápidamente a la mente. Por un instante mi mente se vuelve borrosa y los recuerdos me transportan nuevamente al año 2009, cuando tenía 15 años. Ese año experimenté medidas injustas.

Lo extraño es que esta injusticia provenía de mi escuela. No debí sorprenderme tanto, ya que me dijeron que esto también les sucede a miles de estudiantes de color.

Pero se estarán preguntando,  ¿qué fue lo que me pasó a mí y otros compañeros? Recibimos multas por ausentismo escolar por parte de los agentes de la policía apostados en la escuela. En primer lugar, deseo comenzar diciendo que no creo adecuado que haya agentes de policía apostados en las escuelas. Si tenemos recursos para tener a esos agentes en la escuela, cuyo objetivo como dicen es “proteger y servir”,  ¿por qué no invertimos mejor en consejeros?

Al medida que comienzo a vestirme y prepararme, me vuelven otra vez los recuerdos. Esta vez me provocan escalofríos en la espalda.

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Escuela Secundaria Stevenson reúne a más de 2,000 estudiantes. Foto de Rosa Solache.
Escuela Secundaria Stevenson reúne a más de 2,000 estudiantes. Foto de Rosa Solache.

Es una mañana hermosa de sol, igual a la mañana en que recibí la multa de 250 dólares. A diferencia de muchas personas, no tengo el privilegio de que mis padres me lleven en automóvil a la escuela y dependo del transporte público. Esa mañana esperé el autobús, como muchos estudiantes de mi comunidad que dependen de este medio. Son autobuses atestados de estudiantes, algunos incluso viajan de pie sin tener en cuenta su seguridad. Su principal motivación es llegar en hora a la escuela.

Ese día, no tuve suerte la suerte de otros estudiantes que pudieron viajar en el autobús de pie. El autobús pasó y no se detuvo porque ya iba muy lleno. Esperé el próximo autobús, pero ese tampoco se detuvo. Bueno, como dicen, “la tercera es la vencida”,  ¿no? Pero esta vez no funcionó esa expresión. El autobús se detuvo, me subí, con prisa por llegar a la escuela. Oí el fuerte sonido de la campana: ” ¡’RING!” El corazón me latía más fuerte mientras caminaba, pero ya nos estaban esperando a mí y a los demás estudiantes que llegaban tarde. Con uniformes negros y placas de LAPD, los agentes me detuvieron.

“Disculpe, señorita,  ¿a dónde va?”, me preguntó un agente con voz muy seria. “

A la escuela, por supuesto. Estoy frente a la puerta,  ¿no?”, le contesté.

“No, no lo está”, dijo. Me llevó a mí y a otros cuatro estudiantes a su vehículo. No entrábamos todos, por lo que me obligaron a sentarme en la falda de un extraño. Entramos a un auditorio. Intento recordar si hay algún evento que me haya pasado desapercibido. Pero no, un momento… veo cómo todos mis compañeros, que en total eran 30 estudiantes, reciben una citación por llegar tarde a clases. Algunos tienen lágrimas en los ojos y suplican que no los multen.

“Solo llegué cinco minutos tarde y era mi primera vez”, dice un estudiante en defensa propia.

Nadie me preguntó por qué había llegado tarde. Solo me entregaron la multa. Debo reconocer que sentí desilusión, pero lo peor de todo, mis padres se desilusionaron. No se desilusionaron de mí sino del sistema escolar.  ¿Cómo pueden las escuelas permitir que los agentes de policía distribuyan multas de 250 dólares a estudiantes que viven por debajo de la línea de pobreza?

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Escuela Secundaria Stevenson demuestra cómo las rejas altas complementan la escuela. Foto de Rosa Solache.
Escuela Secundaria Stevenson demuestra cómo las rejas altas complementan la escuela. Foto de Rosa Solache.

Hubo miles de multas por ausentismo escolar en toda la ciudad de Los Angeles. Estudiantes, docentes y organizadores todos se dieron cuenta de que tenían que hacer algo para terminar con este castigo injusto hacia los estudiantes, porque en vez de ayudarme, recibir una multa solo logró que sintiera miedo de ir a clases. Me sentí que me estaban expulsando de la escuela. Y no es un sentimiento para nada agradable. Me di cuenta de que no era la única persona que se sentía así.

Muchos estudiantes y yo decidimos hacer algo al respecto. Me uní a la Campaña de Derechos de la Comunidad para luchar y liberar a los estudiantes de las cadenas impuestas. En febrero de 2012 los cantos y consignas de los estudiantes se hicieron oír cada vez más fuerte mientras marchábamos hacia las puertas de la Municipalidad de Los Angeles. Allí nos reunimos con 14 concejales. Mientras brillaba el flash de las cámaras y permanecían encendidas las cámaras de video, para muchos de nosotros este era el momento que habíamos estado esperando tanto tiempo.

Ese día, 14 hombres y mujeres se pusieron en nuestra situación. Reconocieron que era injusto multar a los estudiantes por ir a la escuela, por lo tanto, con esa victoria unánime de 14 a 0, todos como comunidad, enmendamos la ley y presentamos una política nueva más justa.

Miré alrededor de la sala llena principalmente de estudiantes, algunos con lágrimas en los ojos. Me di cuenta de que tenemos una voz, a pesar del color, género o grupo étnico al que pertenezcamos. Todos tenemos debemos tomar la iniciativa para actuar y unirnos.

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Maestros de la Escuela Preparatoria Roosevelt organizan un evento para informar a los estudiantes sobre el pasaje de la escuela a la prisión. Foto de Rosa Solache.
Maestros de la Escuela Preparatoria Roosevelt organizan un evento para informar a los estudiantes sobre el pasaje de la escuela a la prisión. Foto de Rosa Solache.

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