
Son las 8 de la mañana y ya hay una fila de unas 15 personas esperando pacientemente afuera. No esperan en fila a que se abra una nueva tienda o a que comience una oferta especial esa mañana. Esperan en fila para cortarse el pelo.
A las 9 de la mañana en punto, Jesús Márquez, el barbero y propietario del local, abre la puerta. Los clientes ingresan al local y toman asiento en uno de los sillones de color rojo oscuro con la inscripción TEPA. Márquez, conocido por sus clientes y amigos como “Tepa” o “Chuy” saluda a cada uno personalmente. En este local repleto de espejos y chucherías originales se intercambian bromas y circulan conversaciones entre amigos.
A nadie parece molestarle tener que esperar su turno para acceder a uno de los cuatro sillones. En vez, algunos hombres pasan el tiempo riéndose y socializando, mientras que otros ven televisión, la que está ubicada sobre una vieja máquina dispensadora de Pepsi. Ãngel Hernández, un cliente de 16 años, dice: “Hay que esperar mucho, pero vale la pena por la calidad del corte”. A medida que los clientes van pasando al sillón del barbero, gritan el tipo de corte que desean para hacerse oír por encima de la conversación masculina y el zumbido de las afeitadoras.
La clientela es tan variada como la cantidad de cortes de pelo: jóvenes y ancianos, cortes clásicos con tijera y rebajados más modernos, capas y ladeados. Ningún corte de pelo es imposible para Chuy y sus colegas barberos.
Louis Gutiérrez, un cliente de Márquez de hace más de 20 años, afirma que “no iría a ningún otro lado. A él le digo: ‘Ay, Chuy, hagas lo que hagas, no te vayas nunca de aquí’”.
Además de obtener un excelente corte de pelo, la mayoría de los clientes dice volver por el gran ambiente del local. En un rincón del salón se puede oír a hombres discutir sobre el último partido de fútbol, mientras que en un sillón otro cliente habla sobre algunos problemas en el trabajo. No importa la hora del día, siempre hay algo entretenido en la barbería.
Quizás Márquez no se ajuste al estereotipo de un barbero. No lleva una afeitada al ras ni usa el delantal tradicional de los barberos. La caricatura pintada fuera de su local capta muy bien su conocida apariencia. El bigote le cubre todo el labio superior, el abdomen redondeado se asoma debajo de la camiseta y cuelga sobre sus pantalones vaqueros.

Márquez dice que busca crear un ambiente cómodo en la barbería, donde todos se sientan bienvenidos. “Espero que no sean sólo clientes sino también amigos”, dice. Y ha generado una gran clientela al cortar el pelo en este mismo lugar, ubicado en 4th Street y Grande Vista desde hace unos 15 años.
Márquez dice que le encanta lo que hace. Aunque este no fue siempre el caso. Cuando era joven, sentía que no tenía otra opción.
Márquez proviene de una familia de barberos en Tepatitlán, Jalisco. Su padre murió cuando Márquez tenía tan sólo cuatro años, y su familia decidió que él se haría cargo del sillón de barbero de su padre. Se crió básicamente en la barbería de su tío, realizando pequeñas tareas, desde lustrar zapatos a barrer después de que los barberos hacían su trabajo.
Cuando era joven, el trabajo era una obligación y se sentía atrapado. “Ese fue mi problema en ese tiempo”, dice. “Yo quería estar en la calle. Y pues gracias a Dios, estuve mejor trabajando”.
Después de darse cuenta de que era responsable de mantener a su madre sola, se dedicó a cortar el pelo durante toda la adolescencia. Ahora en retrospectiva, está muy agradecido de haber continuado con su trabajo como barbero, porque eso lo ayudó a mantener su enfoque.
Cuando llegó a Estados Unidos, primero trabajó en una fábrica metalúrgica. Pero pronto comenzó a cortar el pelo los fines de semana para ganar dinero adicional.
Después de trabajar un par de años en la fábrica, perdió el índice derecho en un terrible accidente. No pudo volver a trabajar y la fábrica ofreció pagar su educación. Márquez obtuvo su licencia como barbero y comenzó a trabajar en una barbería.
Pronto se dio cuenta de que quería un lugar propio y compró un pequeño local en 3rd Street, al lado de la salida de la autopista en Downey Road, donde alcanzó el éxito rápidamente. Diecisiete años más tarde, se mudó a su actual local más grande, ubicado en 4th Street. Hace poco tiempo, después de ampliar el local, también agregó un nuevo barbero: su hijo Ricardo de 18 años.
Como su padre, Ricardo pasó la mayor parte de su niñez en la barbería de su padre. Dice que es “como su segundo hogar”. A los 10 años, Ricardo ya conocía los utensilios en la barbería de su padre y había comenzado a aprender a cortar el pelo y a afeitar. Siempre se dio por sentado que Ricardo seguiría los pasos de su padre. Ricardo está estudiando para obtener su licencia de barbero en la misma institución donde asistió su padre.
Márquez está muy contento de que Ricardo quiera seguir sus pasos. Dice el padre: “A mí me da gusto que le haya gustado, porque a mí no me gustaba”. Ricardo dice que su padre ha sido un ejemplo en su vida y es un gran motivo por el cual él quiere convertirse en barbero. “Veo cómo lo trata todo el mundo en la calle. Todos los quieren y sienten una relación cercana con él”.