Mientras subía las escaleras hacia la casa de dos pisos donde vive el sobador, pensaba: ¿Cómo va a ser el cuarto? ¿Cómo me va a acomodar? ¿Dónde me va a sobar?
Estaba muy nervioso. Lo que me ponía más nervioso era pensar en el dolor. Cuando miré al sobador no sabía qué pensar de él. Me vinieron más nervios todavía porque no sabía si era uno de los sobadores que lastiman a la gente en vez de curar.
El cuarto era pequeño y tenía una camilla incómoda y dura. Estaba lleno de cosas y la ventana estaba abierta. Las moscas entraban, se oía el ruido de los paleteros que pasaban y de los dos perros pitbull que ladraban. Noté que en la pared había más camillas para masaje. Después el sobador me dijo que me quitara la camisa y que me quedara solo con la camiseta. Luego comenzó la sobada.
Mi experiencia fue muy dolorosa porque hacía unos siete años que no iba a ver al sobador. Lo que más me dolió fue cuando me sobó las piernas porque hizo mucha presión, sentí dolor pero también me relajaba al mismo tiempo. También estaba nervioso porque me tuve que quitar los pantalones para que me masajeara las piernas, porque dijo que algo en las piernas estaba mal y tuvo razón, porque me dolía cuando hacía presión. Cuando terminó el masaje acabé todo sudado, la cara, el pecho, la espalda, pero me sentí como nuevo, muy relajado y con mucho sueño.
Vea una presentación audiovisual de la experiencia de Durán.
