Foto cortesia de autor.
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Esta semana se hizo historia. El matrimonio, que solía ser un privilegio para las personas heterosexuales, ha virado hacia una mejor dirección: la Suprema Corte de Estados Unidos desarticuló oficialmente tanto la Ley en Defensa del Matrimonio (DOMA) y la Propuesta 8 con una sola medida, poniendo así fin a muchos años de discriminación.

El miércoles me encontraba en la sala de mi casa cuando vi un mensaje en Facebook sobre este tema. Rápidamente busqué en Google y encontré una infinidad de artículos sobre la igualdad y el progreso. Casi no lograba esconder mi entusiasmo pero tenía que hacerlo porque estaba en casa rodeado de una familia cuya postura es mi diferente de la mía… Con una sonrisa, disfruté de esta victoria en silencio, a pesar de todo. Al parecer, finalmente se reconocían mis derechos como adulto joven homosexual.

Recuerdo en 2008, cuando la Propuesta 8 se presentó en la hoja de votación. Todavía evoco todos los carteles en los jardines de los hogares con lemas como “Protección para el matrimonio”, “Mantengamos a los niños seguros” y otras aseveraciones discriminatorias. En aquel momento, todavía no había reconocido públicamente mi orientación sexual y observaba en silencio como la mayoría de mi familia y amigos de la iglesia agradecían a Dios y al gobierno de California. Me sentía horrible en mi interior, como si ser homosexual fuera algo inferior, peligroso y equivocado; como si ser homosexual me hiciera menos persona.

Pero después del dictamen de esta semana, pude liberarme de una parte de los sentimientos de rechazo hacia mi mismo. No sólo la Suprema Corte eliminó la prohibición de la “defensa” del matrimonio en California, sino que esta decisión ha empoderado a la comunidad de Lesbianas, Homosexuales, Bisexuales y Transexuales (LGBT), personas como yo. Sólo puedo hablar de mi propia situación cuando digo que siento una gran alegría al lograr un dejo de normalidad en un país que prefiere negar abiertamente esta normalidad.

Aunque no vaya a West Hollywood o al Distrito Castro en San Francisco para manifestar y celebrar, sé que mi apoyo será escuchado. Estaré en Boyle Heights con mis padres y mis vecinos, actuando como si fuera un día más, común y corriente. Pero sé que una vez que me vaya de aquí, tenga una vida fructífera y regrese, seré un joven fuerte y jovial. Pero sólo puedo hablar sobre lo que siento hoy: tenía solamente 19 años cuando uno de los estados más influyentes pasó a formar parte del conjunto de estados que defiende el progreso y la equidad.

Es sólo el comienzo para el futuro de los derechos humanos en Estados Unidos y sentará un precedente para otros temas que puedan surgir el día de mañana.

No tengo idea de lo que sintieron las personas cuando se logró terminar con la segregación o cuando las mujeres obtuvieron el derecho al voto. Pero estoy seguro de que debe ser un sentimiento semejante a éste. Me siento reconocido, tanto como persona como hombre homosexual.

Todavía debo explorar todas las facetas de mi identidad. Y si bien continúo batallando para mantener la apertura sobre quién soy, ya que mis padres no aceptan mi sexualidad -al menos al día de hoy-, siento que hoy puedo ser yo, con un poco más de libertad.

Ondearán las banderas del orgullo homosexual. Y este gran momento continuará hasta que todo este debate sea solamente una mancha histórica sin injerencia ninguna sobre el futuro de California y de Estados Unidos.

El autor de este artículo prefirió mantenerse anónimo.

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