Hay tres cosas a considerar antes de ver la presentación artística de Rafael Esparza: el lugar, el lugar, el lugar.
“Este trabajo no hubiera sido posible si no lo hubiese hecho allí”, dice Esparza, que eligió el puente de las calles 4th y Lorena para dar forma a los estereotipos en películas de Hollywood como “Blood in, Blood out” y “My Family” a fin de reflejar la realidad de este vecindario de clase obrera en Boyle Heights.
“Ese puente ha creado diversos personajes”, dice. “[Estamos] inyectando nuestras propias historias en este lugar que tiene una doble identidad”.
“No water under the bridge,” una pieza presentada el mes pasado como parte de los eventos “Hoy Space” del Vincent Price Art Museum, estuvo a cargo de Esparza y Sebastián Hernández, un amigo que conoció a través de la danza azteca.

Bajo el puente en el Este de Los Angeles, Esparza se encuentra en su ambiente. Con el sonido de los helicópteros que sobrevuelan el lugar y los perros que ladran en los alrededores, Esparza entrelaza los tallos de flores a luces de neón que cuelgan de la estructura del puente. A medida que el viento sopla, se balancean de un lado a otro.
Mientras Hernández realiza una danza azteca tradicional, moviéndose entre fragmentos de CDs y botellas de agua vacías, Esparza se cambia el atuendo de una camisa Dickies de color gris a otra azul.
Las manos de Esparza son de color rojo sangre, que el artista dice que se cortó las puntas de los dedos.
Esparza se acerca a una sección del puente y hace presión contra la estructura al tiempo que desliza las manos, dejando marcas del color rojo sangre en el lugar. Hernández continúa bailando sin percusión, algo que no es común en la danza azteca tradicional.
Esparza comenzó formalmente su trabajó como artista en el East Los Angeles Community College y luego obtuvo su licenciatura en Bellas Artes de UCLA. Su trabajo es multidisciplinario, pero dice que el arte dramático le permite llegar a diversos tipos de audiencias.
La falta de acceso a museos y galerías durante su niñez motivó a Esparza a realizar presentaciones en varios lugares. “Me sentí motivado a usar estos lugar para experimentar y construir un lenguaje visual para mi propio trabajo”.
Es un lenguaje que no se pierde en la traducción para la audiencia compuesta por unos 25 espectadores que observan desde la acera.
A medida que la danza de Hernández gana más velocidad, Esparza golpea la pata de una mesa pequeña y rota, encontrando su propio ritmo.
Un automóvil Nissan de color negro se detiene en la mitad de la calle. Dos muchachas asoman la cabeza para ver mejor lo que está pasando. Bromean antes de que el conductor se aleje del lugar. Unos minutos más tarde, otro automóvil se detiene para ver el espectáculo. Esto es algo habitual para Esparza.
“Algunas veces las personas llegan hasta aquí de casualidad”, dice el artista de 32 sobre su presentación artística.
Esparza recuerda una conversación con una mujer después de la presentación, en la que la mujer me agradeció. La mujer dijo: “Yo no sé qué significa, pero gracias porque me hizo sentir algo”.
“De eso se trata el arte”, dice Esparza, que creció en Pasadena pero considera al Este de Los Angeles como su hogar debido a su participación política en el movimiento chicano mientras estudiaba en East Los Angeles College. “Subestimamos la sensibilidad de las personas que no tuvieron oportunidad de estudiar arte, pero todos tienen algo que decir, todos tienen algo que proyectar al mundo”.